«Os aseguro que es una bendición estar junto a un moribundo. La muerte no tiene por qué ser una experiencia triste y desagradable. Por el contrario, permite sentir amor y muchas cosas maravillosas». Elizabeth Kübler Ross.
Acompañar a un ser querido en su lecho de muerte es una experiencia transformadora. Cuando existe un vínculo emocional y espiritual fuerte, ese momento se vuelve especialmente intenso. Es una invitación a estar presente en esta etapa no sólo ofreciendo cuidados físicos, sino también aportar tranquilidad, comprensión y respeto. Es un acto de amor que invita a reconciliarnos, a encontrar paz y a vivir la muerte como una parte inevitable y significativa del proceso vital. Este acompañamiento puede ser una experiencia llena de humanidad y enseñanza para todos los que participamos en ella.
La Muerte en la Sociedad Actual: Un Tabú
Tradicionalmente, la muerte se aceptaba como una parte natural del ciclo vital. El enfermo permanecía en su entorno familiar, y los niños podían estar en una casa donde alguien estaba enfermo o se velaba a un difunto, permitiéndoles así vivir la muerte con naturalidad. Sin embargo, en nuestra sociedad actual, la muerte se ha convertido en un tabú. Esta barrera dificulta vivir una muerte consciente, plena de comprensión y serenidad.
Paradojas de la vida: cuanto más integramos y reflexionamos sobre nuestra propia finitud, más fundamento ganan nuestro concepto y la manera de vivir la vida. Sin embargo, para muchas personas, morir suele ser un proceso solitario, mecánico y en muchos casos, deshumanizado. Es habitual que los moribundos pasen sus últimos días en la cama de un hospital solos, y que se excluya a los niños, bajo la idea errónea de que no están preparados para afrontar la muerte de un ser querido.
Muchas veces, a los enfermos no se les dice la verdad sobre su situación, negándoles así la posibilidad de afrontar con conciencia su propia muerte. Ante esta realidad, surge una pregunta fundamental: ¿qué podemos hacer para ayudar a otros, y a nosotros mismos, a aceptar y transitar la enfermedad y la muerte, propias o de quienes amamos?
El Acompañamiento en el Final de la Vida
Cada vez son más las personas que desean acompañar a otros en sus últimos momentos. Este interés ha dado lugar a una nueva figura: la death doula, o doula del final de la vida, un término originado en países anglosajones.
¿Qué es una Death Doula?
El concepto de doula, originalmente vinculado al acompañamiento en el parto, se ha extendido para incluir a quienes apoyan a los moribundos, brindándoles cuidado emocional, espiritual y práctico. Aunque no formamos parte del personal médico, tenemos formación en cuidados paliativos, inteligencia emocional y acompañamiento espiritual al final de la vida.
El objetivo de la death doula es brindar ayuda integral, tanto al enfermo como a sus familiares, especialmente cuando la familia está demasiado afectada para sostener o guiar a quien transita su último tramo.
Este protocolo de acompañamiento se basa en una visión transpersonal de la muerte: un fenómeno natural, esencial e inevitable que representa un punto de inflexión tan profundo como el nacimiento. La conciencia humana evoluciona a través de ciclos de vida y muerte, de pequeñas muertes internas que suponen renacimientos personales.
Preparándonos para Acompañar
Antes de sentarnos junto a un enfermo terminal, debemos examinar nuestra propia relación con la muerte. Afrontarla con naturalidad y sin ansiedad es indispensable para ofrecer una presencia que alivie y no añada sufrimiento.
La ambivalencia de los familiares
Los familiares, a menudo, viven una ambivalencia dolorosa: la falta de información clara, la incertidumbre sobre el pronóstico, el miedo a lo inevitable. Es necesario buscar información honesta con los profesionales para entender qué esperar y cómo actuar.
En España y otros países, cada vez hay más formaciones para quienes desean acompañar a los moribundos, ya sea en voluntariados, en ámbitos profesionales o en el entorno familiar. Este acompañamiento requiere responsabilidad y conocimientos básicos tanto prácticos como emocionales y espirituales.
Necesidades del Moribundo
Cuando la muerte no es súbita, el proceso suele manifestarse en múltiples niveles:
- Físico: pérdida progresiva de autonomía y fragilidad.
- Cognitivo: cambios en valores, creencias y expectativas.
- Emocional: incertidumbre, angustia y ansiedad por los cambios.
- Social: modificación de roles y relaciones.
- Espiritual: afloramiento de la dimensión espiritual.
- Percepción de la proximidad de la muerte: consciente o inconsciente.
Para acompañar con auténtica compasión, debemos conectarnos desde la humildad y la honestidad con nuestra propia experiencia. La compasión, en este sentido, es la sensibilidad y el coraje de acercarnos al sufrimiento del otro con confianza y serenidad, sin quedarnos atrapados en nuestras propias emociones.
Qué hacer antes, durante y después del trance de la muerte
Antes de la muerte
La llegada y la partida de la vida son dos grandes umbrales que marcan la existencia humana. Así como el nacimiento debe estar acompañado de respeto y cuidado, la muerte también debe ser tratada con la misma dignidad. Las necesidades en esta etapa incluyen ser reconocidos como personas completas, reconciliarse con el pasado, resolver asuntos pendientes, paliar el dolor, y tomar decisiones conscientes sobre lo que hacer con el cuerpo después de la muerte.
A menudo, quedan asuntos sin cerrar que pueden generar culpa o angustia. Proponer maneras concretas para resolverlos, cómo escribir cartas o contactar con personas importantes, puede aliviar el dolor. Reconocer y ensalzar los logros del moribundo también ayuda a aliviar la tristeza y a brindar apoyo emocional para enfrentar la muerte con serenidad.
En el momento de la muerte
El acompañamiento en el momento de la transición debe ser sereno y respetuoso. A veces, el mejor lugar para estar es el hogar del enfermo, rodeado de seres queridos cercanos. El moribundo percibe todo: gestos, palabras y actitudes, aunque no siempre pueda expresarlo. Es importante crear un ambiente de tranquilidad y seguridad.
Por ejemplo, podemos decir al oído del moribundo:
«La vida continúa, vas a estar muy bien, mejor que ahora, sin dolor ni sufrimiento. Puedes dejar tu cuerpo cuando sientas que es el momento. Todos entendemos y aceptamos esto. Ve tranquilo, sereno, siempre hacia la luz y la paz.»
En caso de niños, se debe permitir que expresen sus emociones y se les debe explicar la muerte como una transición natural, sin miedo ni soledad.
Después de la muerte
El proceso posterior a la muerte también requiere atención y presencia. Los rituales de despedida ayudan tanto al fallecido como a los que quedan. Estos rituales pueden incluir el velatorio, la ceremonia de despedida o cualquier gesto que refleje los valores y deseos del difunto.
Durante el velatorio y entierro, mantener una actitud serena y estar disponible para los familiares es fundamental. La serenidad en estos momentos aporta consuelo y crea un ambiente de paz.
Conclusión: Acompañar es un acto de amor y presencia
Acompañar a morir a un ser querido es, sin duda, uno de los mayores actos de amor y entrega que podemos ofrecer. Requiere presencia consciente, respeto profundo, y la capacidad de sostener con serenidad tanto el miedo como la esperanza, la tristeza y la gratitud.
Al hacerlo, no solo acompañamos el tránsito de otro, sino que nos conectamos con la esencia misma de la vida y la conciencia humana, transformándonos en guardianes temporales de un momento sagrado e irrepetible.
Escrito por Elisabet Ros, terapeuta transpersonal, especialista en duelo.