Elisabet Ros

La ayuda de los grupos de apoyo para superar la muerte de un ser querido

“El duelo en comunidad es el camino hacia una conexión más profunda, donde el amor y la comprensión nos transforman”. Elisabet Ros.

 

Los grupos de apoyo en el duelo son espacios organizados que ofrecen confianza, escucha y empatía para quienes han experimentado pérdidas significativas. En estos encuentros, se comparte con otras personas que atraviesan —o han atravesado— un proceso de duelo, ofreciendo la oportunidad de legitimar y validar cada experiencia de manera segura y confidencial.

 

A lo largo del intercambio en estas reuniones, tanto de experiencias de otros participantes como de conocimientos por parte del coordinador, aportan sostén y ayudan a tomar consciencia de los miedos, las creencias limitantes y los autosabotajes, así como a identificar el nivel de ansiedad que se padece tras la pérdida. Al mismo tiempo, promueven las relaciones y la comunicación e integración social para evitar el aislamiento y soledad. Facilitar la elaboración e integración de un duelo por cualquier tipo de pérdida, al tiempo que se propicia una mayor autoconciencia. 

 

Los grupos de apoyo en el duelo suelen contar con uno o dos facilitadores capacitados, que acompañan sin juicio y ofrecen un clima de presencia consciente. Se basan en la premisa de que compartir la experiencia de la pérdida, las emociones intensas y la sensación de vulnerabilidad es un paso clave para la sanación.

 

¿Qué necesidades tiene una persona que acude a un grupo de apoyo en el duelo?

Las personas que acuden a un grupo de apoyo suelen llegar en un estado de vulnerabilidad, buscando encontrar personas afines en las que verse reflejados y poder compartir lo que no se puede en el entorno cotidiano de amigos, familia o trabajo. 

 

Cada grupo reúne individuos que se encuentran en distintas fases del proceso de duelo, lo cual enriquece las dinámicas internas. Algunas personas conocen bien el abanico de emociones que se genera y entienden desde la propia vivencia, que existen ciclos en el duelo. Su testimonio y serenidad pueden servir de guía o inspiración para quienes atraviesan las etapas más crudas, en las que resulta difícil vislumbrar una salida. Esta identificación mutua incrementa la vinculación entre los participantes y les ofrece un sentido de pertenencia, favoreciendo así la validación de los sentimientos que cada uno experimenta.

 

Al expresarse en compañía de otros, se produce un efecto profundamente reparador. Poder hablar de la pena, la culpa o la rabia contenida —y comprobar que no se está solo en ese sufrimiento— ayuda a normalizar reacciones que, en ocasiones, se intentan reprimir por temor al qué dirán. 

 

Además, comprender que otras personas están viviendo sentimientos parecidos refuerza la idea de que el duelo es un proceso natural, no una enfermedad, y que requiere un tiempo de elaboración personal. Precisamente por ello, los grupos de apoyo no persiguen aplicar técnicas psicológicas específicas, sino más bien regalar presencia consciente, escuchar sin juicio y ofrecer un acompañamiento respetuoso.

 

Resulta crucial derribar la creencia de que pedir ayuda es un signo de debilidad. Nuestra cultura, en muchos casos, nos ha inculcado la necesidad de “ser fuertes” frente a la muerte, pero es igualmente legítimo y humano sentir miedo, sufrir o desconocer cómo manejar la avalancha emocional que supone la ausencia de un ser querido. Decidirse a participar en un grupo de duelo implica superar barreras internas como la vergüenza o las ideas preconcebidas sobre la “fortaleza” personal, y representa un paso significativo hacia la autoayuda y la mejora emocional.

 

Por otro lado, el componente educativo del grupo resulta fundamental, ya que en las sesiones, se adquiere la consciencia de que el duelo es un fenómeno dinámico, con sus propias fases, y se exploran estrategias para transitarlo de forma activa y responsable. Cada persona asume el compromiso de encaminarse hacia la recuperación, de atender y gestionar sus emociones, y de reconocer que es un viaje individual en el que, sin embargo, no se está solo. 

 

Cuando un miembro del grupo experimenta avances —por pequeños que sean—, todos perciben una luz de esperanza que confirma la posibilidad de volver a sentir plenitud y de integrar el recuerdo del ser querido en la propia vida.

 

Beneficios de los grupos de apoyo en el duelo

  • Contar con un espacio seguro, para expresar sin miedo al juicio y con libertad.
  • Dar y recibir apoyo, sentir el calor humano en un contexto de comprensión mutua.
  • Aprender a pedir ayuda: Reconocer la necesidad de soporte emocional y romper con la creencia de “tener que poder solos”.
  • Autoconocimiento: Profundizar en las propias emociones, miedos y recursos internos.
  • Desahogo emocional: Permitir la salida de sentimientos acumulados (ansiedad, estrés, tristeza).
  • Descubrir los propios recursos: Identificar fortalezas personales que facilitan el proceso de sanación.
  • Intercambiar herramientas útiles: Compartir lecturas, ejercicios o prácticas que ayuden a manejar el dolor.
  • Abrirse a nuevas relaciones: Forjar conexiones basadas en la comprensión y la empatía.
  • Validar la vivencia del duelo: Sentir que lo que se experimenta es legítimo y forma parte del proceso natural.
  • Encontrar y alimentar la esperanza: Ver que otros han salido adelante ayuda a creer en la posibilidad de sanar.
  • Resignificar la pérdida: Atribuir un nuevo sentido a la pérdida y al propio camino de crecimiento.

 

Si tú quieres, no tienes por qué recorrer este proceso solo o sola. 

 

Te invito a descubrir cómo nuestros grupos de apoyo en el duelo (formato online y presencial en A Coruña) pueden marcar una diferencia en tu proceso, viviéndolo acompañada o acompañado de otras personas que transitan una situación vital parecida.

 

En los grupos de apoyo, no solo compartimos nuestras historias sino nuestras transformaciones.

Porque aunque el duelo duela, juntos podemos caminar hacia un nuevo amanecer. 

 

LECTURAS RECOMENDADAS 

  • Sobre el duelo y el dolor, Elizabeth Kübler Ross y David Kessler. Ed. Luciérnaga

Escrito por Elisabet Ros, terapeuta transpersonal y especialista en duelo.